teinteresa.es – Luz Sela
- David Vidal colaboró durante años con los Servicios de Inteligencia y se hizo pasar por traficante para conocer las redes de explotación de inmigrantes.
- «Los sirios representan un verdadero problema de seguridad, pueden colarse radicales islamistas», dice.
Hace quince días, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se vieron obligadas a cerrar el puesto fronterizo de Beni Enzar, el principal de los cuatro que existen entre Melilla y Marruecos, por un intento de entrada de varios inmigrantes de origen sirio. El incidente, que podría pasar desapercibido en la opinión pública, es ejemplo de lo que desde hace tiempo preocupa a los servicios de inteligencia de nuestro país. Los inmigrantes procedentes de Siria, huidos de la guerra que se vive en su país, y que, tras recorrido por el norte africano, llegan a la frontera con Melilla. El objetivo, alcanzar Europa y solicitar asilo. En enero, consiguieron entrar en Melilla de forma irregular un centenar de inmigrantes sirios.Lo hacen aprovechando el parecido físico con ciudadanos marroquíes, y en la mayoría de los casos con documentación falsa. Pasaportes por los que pueden pagar hasta 4.000 euros a los traficantes que los mueven, generalmente radicados en Pakistán. Un paso que hasta ahora tenía forma de goteo, y que empieza a adoptar el modus operandi de la inmigración subsahariana: asaltos masivos. Como ellos, viven acampados o a la intemperie en los montes cercanos.Y a medida que aumenta la presión, lo hace también la desconfianza de las fuerzas y cuerpos de seguridad y del CNI. “Lo que preocupa ahora no son los subsaharianos, son los sirios. Representan un verdadero problema de seguridad, porque pueden colarse radicales islamistas. Porque ahí puede haber una motivación peligrosa. Y es algo que no había ocurrido hasta ahora”.
Quien habla es David Vidal. Durante años, hasta 2010, fue colaborador de los Servicios de Inteligencia. Informador, hombre de confianza del CNI y experto en redes de inmigración. Tanto, que se hizo pasar por traficante para colarse en las redes que manejan el mercadeo de personas en el África Subsahariana. Hablar con él es adentrarse en un mundo complejo que en el fondo sólo esconde una cosa: la necesidad de sobrevivir.
“Estuve en diversos países africanos comprando mujeres. Allí, el concepto de traficante es muy diferente al que aquí tenemos. Es un señor que ayuda a la mujer”, Vidal habla a descubierto, destapándose en cada palabra y dejando al lado los secretos de su vida anterior en la Inteligencia. “Ayuda porque a una familia le lleva a su hijo, generalmente a su hija, a Europa”. ¿Por cuánto? “10.000 euros”, responde, “o incluso 12.000. Eso en los casos en los que te ofreces para cruzar a esa persona. Pero el caso más frecuente es que no te den un duro”. ¿Y qué pasa entonces? “Pues que los varones no tienen nada que hacer. Y las mujeres contraen una deuda que se paga con la explotación. El padre no pone un duro, pero la hija tiene que afrontar hasta 40.000 euros de deuda” Y lo que viene después.
Prostitución, violencia, drogas, explotación. El traficante quiere recuperar esa deuda cuanto antes. “Y cuando la chica no paga, empieza a presionar, la situación se complica. Y puede acabar mal”. ¿Con la muerte? Vidal sólo responde en este caso con un ambiguo “Depende de la situación”, antes de seguir aportando pistas: “Hay una cosa muy curiosa en esto. Es que las mujeres que consiguen pagar, muchas veces se convierten en traficantes. Traen a mujeres, para hacer lo mismo que hicieron con ellas. Es como una bola de nieve” De ahí, dice, que sea muy frecuente que las nuevas mujeres inmigrantes que acceden a la prostitución estén bajo la tutela de otra.
Escuchándolo asalta la pregunta inmediata: ¿Por qué no se desarticulan las redes de la inmigración? ¿Tan difícil resulta? “Sí, porque la mayoría lo aceptan y no denuncian. Y si denuncian tienen poco que ganar. Ellos dan dinero voluntariamente a una persona. Las operaciones siempre van muy por detrás”
“Hay que dejar clara una cosa”, dice, “los asaltos a las vallas no forman parte de las mafias. Ahí no tienen mano. Lo que quieren es gente que les pague por cruzarlos, pero lo de la valla no les interesa”. Por eso, aclara, los inmigrantes que optan por esta salida “son personas que han entrado en Marruecos porque no tienen suficiente dinero para pagar a los traficantes. O porque éstos les han dejado tirados. Son personas estancadas, sin salida. Gente desesperada que se tira contra una valla”.
Inmigrantes que llegan después de un recorrido infernal atravesando, en muchos casos, todo un continente. Vidal descarta la idea de la “gran mafia”. Son más bien, dice, grupos organizados que se apoyan en diferentes personas: los “lanzadores”, es decir, en aquellos que se encargan del cruce, y que puede ser el que tiene una patera o un camión con doble fondo; los guías locales, que los atraviesan por un país, y que pueden ser comerciantes o transportistas, “gente que hoy transporta personas y mañana frutas”. Todo un mercado, quizás sujeto también a las leyes de competencia: En Marruecos, por ejemplo, los vehículos suelen estar por 2.000 euros, las pateras sobre 1.800. Lo más caro, cuando vienen con documentación falsa. Incluso por vía aérea.
¿Se va a solucionar alguna vez? “Nunca”, zanja. “La solución sería que los países de origen fuesen más democráticos, pero eso no es posible. Así que no le veo la solución”.